Escucha Dios,
Yo nunca hable contigo. Hoy quiero saludarte ¿Cómo estás? ¿Tú sabes? me decían que no existes; y yo, tonto, creí que era verdad. Anoche desde el cráter de una granada, vi tu cielo estrellado, y comprendí que había sido engañado
¿Quién iría a creer que para verte bastaba con tenderse uno de espaldas; no sé si aún quieras darme la mano; al menos, creo que me entiendes. Es raro que no te haya encontrado antes sino en un infierno como este. Pues bien… ya todo te lo he dicho. Aunque la ofensiva nos espera para muy pronto, Dios, no tengo miedo desde que descubrí que estabas cerca.
¡La señal!… tal vez llame a tu cielo. Comprendo que no he sido amigo tuyo, pero… ¿Me esperaras si hasta ti llego? ¡Cómo!… mira Dios, ¡estoy llorando!… tarde te descubrí… cuanto lo siento. Dispensa… debo irme… ¡buena suerte!
¡Qué raro, sin temor voy a la muerte!
Este poema se encontró en un soldado norteamericano muerto en la guerra de Korea .