Select your Top Menu from wp menus

AGUA CLARA

17.45 de la tarde, era domingo, el sol iluminaba el comedor, impregnado de olor a café y solamente se escuchaba el silencio. Kitty tomaba el sol en el balcón, sus enormes ojos azules estaban medio cerrados por la luz, la cual iluminaba su hermoso pelo blanco. Si se lo hubieran dicho a Amanda, si le hubieran dicho que, dos años después, estaría allí sentada, en paz y feliz consigo misma, seguramente no se lo hubiera creído.

Amanda trabajaba en un bufete jurídico de abogados. Cada día, a las 20.30 de la tarde, el ruido de sus zapatos cayendo en el suelo de gres de su casa anunciaba el fin de su jornada laboral. Le encantaba su trabajo, ponía todo su empeño en defender lo indefendible, en que la gente cobrara lo que le pertenecía e incluso, en alguna ocasión, se había permitido renunciar a un cliente por tratarse de un caso que iba  en contra de su moralidad.

Amanda era una chica lista y guapa, como le había dicho el director de EGB en su infancia, capaz de conseguir lo que se propusiera y de ser lo que quisiera ser, pero había un pequeño detalle que se le escapaba, ella no lo sabía.

Un día, estaba trabajando cuando empezó a sentir miedo, se bloqueaba y no sabía qué le pasaba, su inseguridad era cada vez mayor y no la podía controlar. Decidió pedir ayuda. ¿Qué era aquello? Se decantó por Lucía, una profesional de un municipio vecino, hicieron unas cuantas sesiones y Amanda creyó estar mejor, pero cuando pasaba el tiempo, volvían las inseguridades.

Un día pasó algo diferente en su rutina, apareció Álvaro por la puerta del despacho; Era tan… varonil, había algo que le resultaba familiar, pero no sabía qué era. Álvaro era un abogado que colaboraría con ellos debido a la baja de un colega, se habían repartido los casos de los clientes e iban bastante justos de tiempo. Pronto empezaron las miradas entre ellos, las horas de más en la oficina y el intercambio de móviles personales. Álvaro insistió tanto en invitarla a cenar aquel viernes después del trabajo que no pudo decirle que no. Y empezaron las mariposas en el estómago, el soñar despierta y el esperar ansiosa la llegada del fin de semana. Tenía más de lo que se había imaginado nunca en una pareja, estaba tan ilusionada, que no se dio cuenta de que últimamente, todos sus casos eran sólo de clientas, no de clientes, casualidades…

Una noche, estaban en un restaurante cenando cuando se acercó una camarera, era muy guapa y correcta, Álvaro se dirigió a ella de malas maneras por el tiempo de espera entre los platos y haciendo hincapié en que los hombres eran más rápidos. A Amanda le pareció raro pero pensó: no puede ser, está bromeando seguro.

Llegó el verano y las vacaciones, Amanda estaba contentísima, llevaban solo unos meses de relación pero el futuro juntos estaba clarísimo, sus amigos y familiares la felicitaban y envidiaban por la suerte que había tenido.

Una tarde en la playa, Amanda estaba dentro del agua y había muchas olas, al ir a saltar una, la parte de arriba de su  bikini se movió de sitio…Álvaro la miraba desde la arena. Volvió a la toalla y el semblante de él era muy serio: “tú que quieres, ¿avergonzarme delante de la gente? Pensaba que eras abogada, no prostituta.” Le dijo. Amanda no se lo podía creer, le dijo que había sido un accidente y se disculpó. Boca abajo, en la toalla, sus lágrimas empezaron a rodar. Se sintió mal, como muy pequeñita, el resto del día no fue lo mismo. Él hacía como si no hubiera pasado nada hasta que, de golpe y con una mirada muy fría, le dijo que esa cara tan seria no la quería ver y que para eso no estaba allí. Acto seguido se levantó, cogió las llaves del coche y le dijo que se iba. Amanda suplicó desde la puerta que no lo hiciera, que cambiaría su actitud, pero él se marchó llevándose además las llaves de la habitación. Amanda se quedó desolada, llorando y sin salir de allí. ¿Qué vacaciones eran esas?, esto no podía estar pasando. ¿Qué había hecho tan malo como para “merecer” aquello?, tal vez debería haber ido con más cuidado dentro del agua…intentó llamar a Álvaro pero el móvil estaba apagado. No tenía vehículo para volver a casa, tal vez un taxi…no, mejor esperaría un poco, por si al irse empeoraba la situación con él. A los dos días y sin devolverle las llamadas, él volvió. Estaba alegre, la saludó con un beso apasionado y como si no hubiera pasado nada. Ella, por miedo, no le dijo nada de la discusión anterior y las vacaciones siguieron su curso.

Tres semanas después, Amanda no se sentía tan enamorada. Cada vez veía menos a Álvaro, cada vez acababa más tarde en el despacho y los viernes empezó a decir que estaba cansado. Se sentía sola. Los planes del fin de semana eran cada vez más rutinarios, los solían pasar en casa y los domingos, por trabajo pendiente, él se marchaba antes. Amanda no sabía qué pensar, incluso le ofrecía su ayuda para que estuvieran más rato juntos, pero él le decía primero que sí para contentarla y luego se iba, bastante pronto porque claro, madrugaba.

Amanda ya no veía a su grupo de amigos, entre el trabajo y Álvaro, se había ido distanciando poco a poco. Los echaba de menos. Así que decidió llamarles y quedar para verles. Sus amigos le dijeron de quedar el sábado, Antonio tenía nuevo novio y Rafael y Mireia esperaban su primer bebé. ¡Qué ilusión volver a verles! Se lo dijo a Álvaro por teléfono, el solo contestó que vale. Había  quedado con él para cenar al día siguiente en el Rte. Italiano El gato negro, a Amanda le encantaban los gnocchi con salsa gorgonzola. Él ya la estaba esperando en la mesa, cuando llegó y le fue a dar un beso, él le giró la cara y le dijo: “dime la verdad, ¿cómo se llama?, ¿es un tío verdad? Tu cita del sábado. Te prohíbo que vayas. O él o yo. Tú eliges”. Amanda no entendía nada, el que cada vez tenía menos tiempo para verla era el, ella se había limitado a adaptarse… Ella le contestó que no había nadie más y que le podía enviar hasta fotos de sus amigos. El hizo caso omiso, se levantó y dejó a Amanda en la mesa, sola, desencajada, con su vestido rojo nuevo. Ese día hacían 1 año juntos.

Estaba saliendo por la puerta del restaurante cuando alguien la llamó, era Marina, una antigua compañera de despacho. “Amanda, perdona, he visto lo que ha pasado, ¿te puedo preguntar algo? Se llama Álvaro, ¿verdad?, el chico que estaba contigo en la mesa.-le dijo. Amanda se quedó perpleja. Sí, ¿por qué?-contestó a Marina. Esta, muy seria y dudosa, le dijo: “Porque Ariadna, una amiga de la universidad que veo cada domingo, suele venir con él desde hace unos meses”. Y entonces, Amanda lo vio todo claro, las acusaciones de él eran solo el vivo reflejo de lo que él le estaba haciendo a ella.

Álvaro no se volvió a dirigir a Amanda hasta varios días después, y la forma que eligió fue devolverle las llaves de su casa y otros objetos un día que ella no estaba en casa. Amanda le escribió un escueto mensaje informándole que para ella la relación había acabado, sintió como un  alivio enorme. Acto seguido lo bloqueó de todos los contactos y redes sociales. Él no la tomó en serio e intentó acercarse para ver la reacción de Amanda, pero ella ya estaba muy lejos…

Dolió, como duelen las cosas a las que tienes cariño y se acaban, pero terminó una vida y empezó otra.

Hoy Amanda vive feliz y cada día tiene menos miedos, porque sabe que no hay mejor terapia que vivir siendo una misma.

 

Ganadora de mención:

Seudonimo: Mella

Esta participante no quiso publicar sus datos y le respetamos su deseo.

Related posts