Una de las grandes equivocaciones que cometemos es pensar que existen diferentes tipos de amor. Este tipo de pensamiento es muy infantil. No hay diferentes clases de amor. El amor que existe entre una madre y su hijo, es igual que el que vemos entre amigos o entre amantes. El amor real está en el corazón de todas las relaciones. El amor humano es un reflejo del amor del Creador, que no cambia con las faormas ni con las circunstancias.
En consulta con frecuencia me encuentro personas que me preguntan por qué no pueden encontrar una pareja que se relacione de forma íntima y profunda. Lo interesante es que yo misma me hice esa pregunta muchas veces. Cuando la gente se siente sola, es cómodo pensar que el otro no puede entregarse y en el mejor de los casos, piensan que hicieron una mala elección.
La intimidad en un romance es como un curso de licenciados universitarios para doctorarse en amor, cuando la mayoría de los miembros de las relaciones de pareja apenas estamos saliendo de la escuela primaria. Cuando estamos sin pareja, el ego nos hace creer que si la tuviéramos, toda soledad y sufrimiento desaparecerían. Sin embargo, la realidad muestra que cuando una relación de pareja perdura por un tiempo significativo, termina por sacar a la superficie la mayoría de nuestro dolor existencial. De hecho, eso forma parte de su propósito.
El amor nos pondrá a prueba de múltiples formas. Es frecuente que esos desafíos se olviden mientras no tenemos una relación, pero lo recordamos con mucha claridad cuando la encontramos. Las relaciones no necesariamente nos libran del dolor. Lo único que nos «libra del dolor» es sanar aquello que nos lo causa
No es la ausencia de otra persona en nuestra vida lo que nos provoca el dolor, sino más bien lo que hacemos con ella cuando está. El amor puro no pide otra cosa que la felicidad para el otro, porque sabe que sólo de esa manera podemos ser felices nosotros mismos. Viendo hacia atrás mis relaciones, me pregunto en diferentes escenas ¿Cuántas veces quise que «él» fuera feliz o que me llamara?
El puro amor hacia otra persona es el restablecimiento de la comunicación del corazón, y eso asusta mucho al ego que se defenderá con todas sus fuerzas. Aunque parezca paradójico, por una parte estamos ansiosos de amor, y por otra haremos todo lo posible para bloquearlo de la forma que sea.
Cuando dos personas se unen en Dios, las murallas que aparentemente las separan desaparecen. De repente el ser amado ya no es un simple mortal, sino algo más…y de veras «es» algo más. Todos somos el perfecto Hijo de Dios, y cuando estamos enamorados (en-amor-a-dos), por un instante percibimos la verdad: No es nuestra imaginación, ese ser es perfecto.
La cosa es que tan pronto como aparece la luz, el ego se empeña enérgicamente en extinguirla, y en un abrir y cerrar de ojos proyectamos en el plano físico la perfección que hemos logrado mirar en el plano espiritual. En vez de comprender que la perfección espiritual no tiene por qué coincidir con la perfección material y física, empezamos a buscar desesperada y dolorosamente que así sea.
Cada pareja que hacemos es perfecta, y aún pensamos que la perfección espiritual de alguien no es suficiente. Entonces, esperamos que sepa vestir perfectamente, que tenga unos modales perfectos, que sus pensamientos y sentimientos sean perfectos para nuestras expectativas, etc. Y le vamos dejando sin espacio para que pueda seguir siendo un ser humano. Nos idealizamos los unos a los otros, y tan pronto uno de los dos no se muestra a la altura del ideal, nos decepcionamos.
Rechazar a otro ser humano por el simple hecho de que es humano se ha convertido en una especie de neurosis colectiva. Queremos mantener una relación con el “alma gemela”, pero trabajar para que aparezca la persona adecuada no sirve de nada si no estamos preparados para recibirla. Nuestros compañeros del alma son seres humanos, como nosotros, que pasan por el proceso normal de crecimiento.
Como personas, nadie está jamás «terminado». Sin importar donde nos encontremos, la cima de una montaña es siempre la base de otra, y aún si encontramos a alguien cuando nos sentimos «en la cumbre», lo natural es que muy pronto pasemos por alguna circunstancia que nos confronte para seguir creciendo. Lo que hace que esto sea inevitable es el compromiso del alma de crecer. Al ego no le gustan las personas a quienes les «pasan cosas». No es atractivo.
Casi todos nosotros tenemos historias de personas maravillosas que abrieron oportunidades de relacionarnos, pero no siempre hemos sabido cómo sacar el mejor partido de las oportunidades que hemos tenido. Yal vez no “coincidimos” en objetivos, no nos dimos cuenta a tiempo de lo maravillosas que eran esas personas, o no era nuestro “momento”. El amor siempre ha estado en todas partes, el amor es lo único que existe, es el ego quien lo bloquea, y su mejor razonamiento para lograrlo es que hay una persona perfecta, sólo que todavía no ha llegado.
Nuestra vulnerabilidad ante el mito de la persona «adecuada» nace de nuestra exaltación del amor romántico. El ego usa este amor que se alimenta de las historias de películas, canciones y novelas para sus fines, y de este modo ponemos en peligro nuestras relaciones al valorar de forma desmesurada su contenido romántico. La desaparición de la fiebre romántica solo anuncia la desnutrición de la relación para el ego.
En un curso de milagros nos dicen que nuestra tarea no es buscar el amor, sino buscar todas las barreras que oponemos a su llegada. Buscamos desesperadamente el amor, pero esa misma desesperación hace que lo destruyamos cuando lo tenemos. Pensar que una persona especial va a salvarnos nos lleva a imponerle una carga que ninguna pareja puede manejar. Todos los reclamos, críticas y quejas hacia la pareja en realidad se dirigen hacia nosotros mismos. Pero quien ha tomado a la vida tal cual se la dieron sus padres está listo para sostener su propia carga sin traspasarla al otro.
Quien confía en la vida, sabe que siempre llegará lo mejor para cada momento de su vida. El ego buscando no fallar sino lucir bien, pierde la oportunidad de seguir adelante con sanidad. No es necesario recordarle a Dios que nos gustaría tener relaciones maravillosas, Él ya lo sabe. Los cabalistas enseñan que todo deseo es una plegaria. Es más inteligente decir: «Señor, Dios nuestro, ayúdame a comprender que soy maravillosa solo por ser tu hija», que decir: «Dios amado, ayúdame a conocer a alguien maravilloso».
Hace un tiempo oraba, decretaba, afirmaba, pedía en mi mapa del tesoro que viniera un hombre fabuloso que me sacara de mi soledad. Luego, me pregunté por qué no trataba de resolver ese problema antes de que él llegara y es lo que he hecho los últimos tres años. Cuando pienso en esa época en que me deprimía por causa del amor, encuentro nuevas fuerzas para acompañar a otros a sobrepasar ese comportamiento. No necesito a alguien para llenar mi vacío, pero si para compartir mi plenitud.
En todo el tiempo que llevo en psicoterapia no he escuchado a ningún hombre que diga:
-¿Sabes? ¡Anoche conocí a una mujer desesperada y sola que es fabulosa!
En una época mi canción icono era “Por ti me casaré”, de Eros Ramazotti. Cuya última estrofa dice:
“…porque nuestro matrimonio es mucho más que un pacto
(por ti me casaré)
y al final seguro que todo será perfecto,
aunque somos diferentes somos casi exactos
y yo prometeré
que te querré
y tú también prometerás
que me querrás
hasta la muerte
todo es cuestión de suerte. Suerte!
por ti me casaré
cuando te encuentre
cuando sepa dónde estás, quién eres tú”.
Buscar a la persona «adecuada» es un pasaje seguro a la frustración, porque no existe. Un corazón sano sabe que no hay persona adecuada porque no hay persona inadecuada. Quienquiera que esté con nosotros, trae las lecciones que necesitamos aprender para seguir adelante.
Si lo que desea tu corazón es una pareja, podría ser que el Espíritu te traiga a alguien que no sea tu pareja definitiva, sino alguien que te muestre el camino para sanar aspectos tuyos que es necesario que cures antes de estar preparado para una relación con una intimidad más profunda. Creer en el amor especial nos lleva a menospreciar todo lo que no vemos como adecuado para la «relación definitiva». De esta forma el ego se asegura de que busquemos pero no encontremos.
El problema de no tomarse la relación en serio si no parece «la persona adecuada», nos hace estropear la situación por falta de práctica. La persona está ahí, pero no estamos listos.
Un curso de milagros está alineado con lo que propone la ley de atracción. Dice: “Nada sucede fuera de nuestra mente”. Lo que quiere significar que la forma en que parece que una persona se nos muestra está estrechamente vinculada con la forma en que nosotros elegimos mostrarnos a ella.
El amor requiere nuestra participación. En una relación sagrada asumimos un papel activo en la creación de un contexto en el que la interacción puede desplegarse de la manera más sana posible. Trabajamos en generar unas condiciones interesantes en nosotros, en vez de enfocar la atención en ver si hay algo a nuestro alrededor que nos pueda interesar.
La madre Teresa pensaba que el ego busca a alguien que le atraiga lo suficiente para abrirse a darle apoyo. Las personas adultas brindan su apoyo a la gente para hacerla atractiva para su vida. Parte del trabajo sobre nosotros mismos que nos prepara para una relación profunda, es aprender cómo apoyar a otra persona para que sea lo mejor que puede ser.
En una pareja, cada uno de los miembros está llamado a desempeñar un papel sacerdotal en la vida del otro, donde se apoyan para facilitar el acceso a las partes más nobles de sí mismos. Lo que el ego no quiere que veamos es que nuestro dolor no proviene del amor que no nos dieron en el pasado, sino del que nosotros mismos no nos damos en el presente.
Las CF afirman que aún si hemos aprendido de nuestros padres los caminos del desamor, perpetuar esas pautas negándonos hoy al amor no es la mejor manera de salir adelante….El único camino hacia la luz consiste en entrar en ella. Un curso de milagros enseña que «En cualquier situación, lo único que puede faltar es lo que tú mismo no has dado».
En el cuento de hadas que el sapo se convierte en príncipe vemos las conexiones psicológicas que existen entre nuestras actitudes hacia la gente y su capacidad de transformación. El beso que logra la transformación expresa el poder mágico del amor, que es capaz de crear un contexto en el que alcanzamos nuestro potencial más elevado. Ni las críticas, ni el juicio, ni el medo, ni otras actitudes con las que se pretenda cambiar a la gente pueden lograr esto.
Lo que no se ama no se entiende. Nos mantenemos aparte de los demás y esperamos que ellos muestren que son dignos de nuestro amor o se lo ganen, pero las personas merecen nuestro amor sólo por el hecho de ser como Dios las creó. Mientras esperemos que sean mejores, nos veremos constantemente decepcionados. Sólo cuando optamos por unirnos a los demás, asintiéndolos y amándolos se produce el milagro para ambas partes.
Publicado por Karina Pereyra