El Despertar según el Zen surge durante un acontecimiento inesperado, una casualidad, una circunstancia o coincidencia favorable, para las mentes preparadas para acogerlo.
Cómo el ladrón en la “casa vacía”: el alma se desembaraza de su “ego”.
–Una monja estudiaba el Zen día tras día, desde hacía treinta y tres años. Había entrado en el monasterio como joven novicia a los diecisiete años. Tenía ahora cincuenta. Su vida de fertilidad había terminado. No sentía amargura por ello. Se dedicaba a las ocupaciones cotidianas con paciencia y buen talante. Preparaba el arroz o la cebada, iba mañana y tarde a buscar agua al pozo que había a unos cien metros. A veces la visitaba una nube de melancolía, pero ella la apartaba. Ponía en práctica el zazen con regularidad, meditaba, estudiaba los escritos de los grandes maestros del pasado. Pero nunca había conocido el Satori, la paz inimaginable, que inunda bruscamente el alma asombrada, la risa, la gran risa del Despertar.
Un atardecer, volvía del pozo cuando caía la noche. Observó sin pensar en ello el reflejo de la luna en el agua del cubo. Era un cubo viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. Y de repente cedió la compostura y el agua se escapó y al instante desapareció también la luna con el agua del viejo cubo. En aquel preciso instante, ella conoció el Satori. Fue libre.
–Henri Brunel