En un sentido amplio, se pueden considerar estoicas todas las doctrinas éticas que defienden la indiferencia hacia los placeres y dolores externos y la austeridad en los propios deseos. Ahora bien, en un sentido estricto se conoce como estoicismo tanto la corriente filosófica greco-romana iniciada por Zenón de Citio, como la teoría ética mantenida por estos filósofos.
El estoicismo es, pues, uno de los movimientos filosóficos más importantes del Helenismo. Creada en Atenas hacia el 300 a.C. por Zenón de Citio en un pórtico o galería columnada conocida como la Stoa (de ahí su nombre), el estoicismo busca ante todo la consecución de la felicidad personal o, lo que es lo mismo, de la sabiduría. Subsiste y crece en el Imperio Romano (Séneca, Marco Aurelio), por lo que su existencia abarca unos cinco siglos.
Se distinguen varios períodos. Aun a riesgo de simplificar demasiado, en el primero se estudian sobre todo la física y la lógica (los estoicos ahondaron mucho en la lógica sentencial); el segundo se caracteriza por el interés ético y político, mientras que el tercero se centra más en aspectos morales y religiosos.
Conciben el mundo como una totalidad material, regida por una mente o principio racional (Logos), que gobierna y ordena todo. Los humanos participan de ese todo, por lo que tienen que vivir de acuerdo con ese orden racional. Creen que todo está escrito y decidido por el destino, Deahí que el sabio deba comprender y aceptar esta realidad que es el mundo y sus leyes. El alma individual no es inmortal, pero sí se reintegra de algún modo en el “alma del universo”.
La ética estoica, su aportación más conocida y relevante, se basa en que debemos buscar el bien y la felicidad, lo que se condensa en el principio de vivir conforme a la naturaleza, tanto la general, como la particular del ser humano. En otras palabras, vivir de acuerdo con ella es vivir de acuerdo con la razón (logos), que nos incita a la autoconservación, la propia perfección y la felicidad. El sabio debe saber conducir su existencia (autarquía) bien y en orden a estos fines. La persona virtuosa y sabia es, pues, la que entiende, acepta impasible y lleva a cabo el orden establecido en el mundo y en sí misma. El hombre libre es el que se libera de todos los impulsos irracionales (apathia) y sólo se guía por la razón.
El estoicismo se caracteriza también por su cosmopolitismo: no somos seres aislados, pertenecemos al mismo cosmos, y debemos cultivar las virtudes de la justicia y del amor, pues todos somos racionales, estamos sometidos a la misma ley y pertenecemos a la misma patria. Por eso procuran implicarse en la vida política y asumir responsabilidades ciudadanas. Para un estoico, ser apolítico es algo irracional.
El estoicismo, como actitud y como propuesta, ha perdurado siempre de algún modo hasta nuestros días.