Hay que saber poner límites
El hombre necesita leyes e instrucciones que, si bien lo limitan, también le dan seguridad. Nuestra vida sólo puede ser exitosa si la vivimos dentro de determinados límites, conociéndolos y respetándolos. Nos relacionamos con los demás a través de límites, que separan y protegen. La clave de la felicidad está en conocer nuestros límites, aceptarlos y amarnos en nuestra propia limitación. Y también amar a los demás con sus límites.
Se necesita humildad para reconocer los propios límites. Hay personas que se identifican con imágenes de héroes que no le temen a nada, de sanadores que pueden curar cualquier enfermedad o de auxiliadores que pueden ayudar a todos, pero eso no es posible. No somos héroes.
Por otro lado, hay personas que se ponen tantos límites que no crecen. Los límites no son algo absoluto; en el sentido positivo pueden convertirse en un desafío. Hay personas que tienen miedo a expandir sus límites y que de tanto delimitarse ni siquiera se ponen en movimiento, ni descubren el potencial que está dentro de ellos. Esto puede tener consecuencias negativas, porque el límite en este caso los conducirá a un aislamiento que no les permite crecer. El que anhele un objetivo y lo persiga notará de qué es capaz y una vez que pase este límite se encontrará con uno nuevo. Así irá creciendo. Por eso es tan importante delimitarnos, conocernos y saber cuál es un límite sano, cuál no lo es y hasta dónde podemos llegar.
Delimitarme me da armonía interior, me permite mantenerme dentro de mí mismo y hacer lo que percibo dentro de mi interior como correcto. El que está bien delimitado actúa desde su propio centro y no permite que desde afuera le digan qué debe hacer. Si por consideración a lo que nos piden desde afuera perdemos nuestro eje, nos esfumamos, se borran los límites y perdemos la percepción de lo que nosotros queremos. Pero a todas las personas les cuesta mantener estos límites que algunos quieren transgredir.
Muchas veces no ponemos limites por el miedo a no ser querido y también por el miedo a lastimar al otro. Este miedo es justificado, es lógico; por lo tanto, tengo que entrar en contacto con ese miedo para entenderlo y preguntarme qué es lo que me da miedo: ¿qué el otro no me quiera más? Entonces, ¿yo me defino por lo que el otro me dice? ¿O me defino por lo que yo quiero? Hay que tener un diálogo con el miedo, ver a dónde nos lleva y preguntarnos qué pasaría si el otro no nos quiere más. –
Cuando me he observado a mí mismo y me doy cuenta de que cuando me dejo invadir demasiado, en algún momento me pongo agresivo y digo basta. Pero cuando estoy bien y me siento en mi eje, el límite que le pongo al otro no lastima, porque lo digo de buen modo. Si el otro traspasa un límite, me voy a dar cuenta por las propias emociones: siento que el otro se aprovechó de mí, siento una violencia interna; ésa es una señal de que el otro traspasó el límite y de que yo dejé que lo hiciera. Hay que confiar en las propias sensaciones, en los sentimientos.
Un matrimonio resulta si se logra un equilibrio entre la cercanía y la distancia. Si están muy juntos, empiezan las discusiones, la tensión. Deben estar un tiempo separados, solos, deben soltarse para volver a sentir ganas de estar con el otro. Si cada miembro de la pareja quiere incorporar en sí al otro, si necesita al otro para su propia realización, se decepcionará constantemente y perderá de vista que en el otro hay un espacio individual al que no tiene acceso. La pareja debe encontrar el equilibrio entre el yo y el nosotros, entre la armonía y la unión, entre el dar y el recibir. El que sólo da se sentirá usado en algún momento, y el que sólo recibe se sentirá pasivo, carente de ideas.
Ahora bien, hay personas que simplemente no saben aceptar un “no” y no entienden que deben respetar al otro. Cuando viene una persona que está haciendo presión para invadirnos, es importante que nosotros nos pongamos más firmes para no permitírselo.
– Anselm Grun