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Los Pobrecitos….

Los Pobrecitos…

En todas las familias hay una pobrecita muchacha, o un pobrecito muchacho, a quien todos tienen que ayudar porque !pobrecito!, la vida no le ha tratado bien. Es el hermano, o hermana, que cuando se necesita hacer una colecta para pagar el internamiento de la madre o el padre, o para reparar la casa de los viejos, no puede aportar, le encantaría, si pudiera, pero no está en condiciones de hacerlo.

El esposo que nunca encuentra trabajo. La amiga, o amigo, que nos quiere tanto, pero que ni se nos ocurre molestar porque sabemos que no podrá ayudarnos. La posición de estas personas parece de desventaja ante los demás, por eso, los otros tienen que hacer, resolver, buscar, negociar, pelear y luchar, mientras ellos se mantiene al margen, ¡aunque el problema sea suyo! Porque, pobrecitos otra vez, no pueden hacer nada al respecto.

Hasta hace poco tiempo, creía que las víctimas eternas, que siempre se quejan y parecen no avanzar ni un centímetro, eran, en efecto, víctimas. Que estaban necesitados de la solidaridad sin tregua, del apoyo constante, del afecto incondicional, de la ayuda sin límites, porque todo eso es lo que ellos demandan. Pero las víctimas reales son aquellos que tienen que cargar con parientes, parejas o amigos que se dicen constantemente a sí mismos: “pobrecito yo”. Y es que se tienen tanta lástima que no pueden perder el tiempo tomando en cuenta los problemas de los demás. Los pobrecitos, en realidad, están llenos de poder que utilizan para poner a trabajar a todo el mundo en beneficio propio. Lo cierto es que pobrecito es a quien le tocó como hermano, pareja, madre, hijo, padre, compañero de trabajo o amigo cercano una víctima por elección. Usted puede estar seguro que esa persona, con la que está cargando, le sacará la sangre, gota a gota, si llega a necesitarla, porque está convencido de que es su obligación dársela.

Lo que ella o él, a su vez, devuelvan en retribución, es otra cosa. Creo mucho en la solidaridad, pero decía Eduardo Galeano que esta se practica entre iguales. Y un incapacitado para lidiar con sus propias responsabilidades no es un igual. Así que la mejor ayuda que puede brindar a un ¡pobrecito! es dejarlo que enfrente sus propios problemas así podrá mirarlo de tú a tú, que es lo más sano.

Alicia Estévez
alicia.estevez@listindiario.com

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