“El Corazón de las Enseñanzas de Buda”
Los bodhisatvas sufren como todos nosotros, pero en ellos las sensaciones no originan apego ni aversión, sino interés, el deseo y la voluntad de permanecer en medio del sufrimiento y la confusión, y de actuar.
(Bodhisattva es un término propio del budismo que alude a alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa. Es un término compuesto: bodhi “supremo conocimiento”, iluminación y sattva ser.)
( No te apegues ni te escapes de lo que se siente bien ni de lo que se siente mal. Usa tu voluntad para actuar, interésate por el ahora, no vivas ni de los recuerdos ni de las ilusiones. )
Cuando un bodhisatva ve una bella flor, reconoce que es bella, pero también ve su naturaleza impermanente. Por eso no se apega. Experimenta una sensación agradable pero no crea una formación mental. La liberación no significa que reprima todas las sensaciones. Cuando entra en contacto con el agua caliente, sabe que es caliente. Las sensaciones son normales. En realidad estas sensaciones le ayudan a ser feliz, pero no es la clase de felicidad que está sujeta al dolor y a la ansiedad, sino a una felicidad que nutre.
Cuando realizas la práctica de respirar, sonreír, sentir el contacto del aire y el agua, esta clase de felicidad no te produce sufrimiento, sino que te ayuda a ser más fuerte y sano, a ser capaz de avanzar hacia la realización. La sensación que tenemos cuando vemos que la gente está oprimida o hambrienta puede suscitarnos interés, compasión y la voluntad de actuar con ecuanimidad, pero no con apego.
Cuando los seis órganos sensoriales de Buda entran en contacto con los seis objetos de los sentidos, Buda experimenta sensaciones, pero estas no conducen al apego ni al asimiento. En un buda el contacto es puro y consciente, y las sensaciones también.
Nosotros también podemos hacer la práctica de iluminar con la luz de la conciencia los contactos que se establecen entre nuestros órganos sensoriales y sus objetos. Si no permanecemos atentos a esos contactos, aunque meditemos en la sala de meditar durante doce horas al día, no estaremos practicando. Mientras andamos, hablamos, comemos, o sea lo que fuere que hagamos, si vigilamos nuestros sentidos, los contactos que se establezcan entre nuestros órganos sensoriales y los objetos de los sentidos serán claros y serenos.
Permanecer atento a las sensaciones y contactos no conduce al deseo sino al amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad, es decir, los Cuatro Inconmensurables Estados de la Mente. Al ser conscientes percibimos las sensaciones como dolorosas, agradables o neutras.
Cuando vemos que la gente sufre o experimenta dolor, o que disfruta de una manera alocada, surge en nosotros un sentimiento que genera la energía del amor compasivo –el deseo y la capacidad de ofrecer una verdadera alegría, y esto conduce a la energía de la compasión-. Está energía genera en nosotros alegría, y somos capaces de compartirla con los demás. También genera ecuanimidad: no tomamos partido por nadie ni nos dejamos llevar por imágenes y sonidos producidos a través del contacto y de las sensaciones. La ecuanimidad no significa indiferencia. Consideramos por igual a los seres que amamos y a los que odiamos, e intentamos lo mejor que podemos hacerles felices. Aceptamos las flores y la basura sin apego ni aversión. Las tratamos a ambas con respeto. La ecuanimidad no significa abandono sino desapego. El abandono causa sufrimiento, en cambio cuando no nos aferramos a las cosas, somos capaces de conducirnos con desapego.
Cuando permanecemos en contacto con las cosas a través del estado del amor, no huimos ni perseguimos nada, y ello es la base de la libertad. El apego es sustituido por la ausencia de objetivo. Cuando tenemos libertad, lo que parecía ser sufrimiento se convierte en el maravilloso ser (el reino de Dios o la Tierra Pura). El Maravilloso ser está más allá del ser y del no-ser, no queda atrapado en las ideas erróneas del nacimiento y la muerte. Cuando gozamos de una despierta comprensión, el nacimiento es una continuación y la muerte también, el nacimiento y la muerte no son reales.
Si dices que el propósito de la práctica es destruir el ser para alcanzar el no-ser, es totalmente incorrecto. A través del desapego, percibimos que tanto el ser como el no-ser son creaciones mentales, la realidad se halla en medio de estos dos conceptos. Ni el nacimiento ni la muerte nos importan ya. Si debemos nacer de nuevo para seguir la labor de ayudar a los seres nos parece bien, porque sabemos que nada muere ni nada puede morir. Sabemos que hay nacimiento y muerte, pero si sabemos que sólo son conceptos de nuestra mente, nos parecerán bien.
No debemos presentar las enseñanzas de Buda como un intento de huir de la vida para alcanzar la nada o el no-ser.
El mundo, la sociedad y el individuo se han formado por un ciclo de condiciones basadas en una mente llena de ignorancia, y, como es natural en un mundo así, hay sufrimiento y aflicción. Pero cuando las condiciones se basan en una mente verdadera, reflejan la maravillosa naturaleza de la realidad. Todo depende de nuestra mente.
Para convertir el infierno que domina el mundo de hoy en un paraíso, necesitas cambiar la mente en la que se basa. Para cambiar la mente de mil personas quizá sea necesario introducir algún elemento del exterior, como un maestro del Dharma o un grupo de gente que lo practique. Imagina mil personas que en lugar de tener percepciones erróneas, ira o celos, tengan amor, comprensión y felicidad. Si esas personas se unen y forman una comunidad, será un paraíso. La mente de la gente es la base del paraíso. Si tu mente está llena de ignorancia, crearás un infierno; pero si gozas de una mente verdadera, crearás un paraíso.
Thich Nhat Hanh, “El Corazón de las Enseñanzas de Buda”