“Se puede perdonar sin olvidar?” preguntaba Jorge. Y me contagió su pregunta, me quedé habitando en esa pregunta, como quien llega a una ciudad, dice que sólo se quedará unos días, y termina viviendo en ella. Entonces recorres “esa ciudad” y caminas por sus calles una y otra vez, como buscando una aventura fantástica:
Se puede perdonar una traición?, Se puede perdonar al asesino de un hijo?, Puede una niña perdonar a los soldados que invanden su país, que asesinan a su familia, y que ella, con apenas 8 años, ya sido sometida a 11 operaciones para salvar su vida? Puede un hijo perdonar al padre o a la madre que lo abandona? Se puede perdonar un engaño? Se puede perdonar a Hitler por los crímenes contra la humanidad?, Pueden los pueblos perdonar a sus dictadores?. En fin, la pregunta queda impresa en nuestro corazón, como una valla que no cambia nunca: Realmente podemos perdonar?
“Todo el mundo cree que puede perdonar, hasta que le toca perdonar. Es un trampa” dijo Ernesto Sábato, en una entrevista que le hice. Si observamos la historia de la humanidad, debemos admitir que Gandhi, Mandela, son las excepciones, la paz y el perdón siguen siendo nuestras asignaturas pendientes como criaturas que conviven en el mismo planeta. No hay tecnologías, ni aplicaciones, ni software, ni robots, ni máquinas del tiempo, ay no sé, no hay en tanto avance nada que nos enseñe a Perdonar automáticamente y sin dolor, de la misma forma que no hay nada que garantice que no habrán pérdidas, daños y sufrimientos cada vez que nos arriesgamos a darnos. Dice Zymunt Bauman : “que la única certeza, es la certeza de la incertidumbre”.
Tal vez no logramos perdonar, porque internamente sabemos que no hubiesemos podido hacer nada para evitar el suceso que nos produce ese sufrimiento, y lo único que nos queda para mantenernos apegados a “esa realidad” es no perdonar, porque sí lo hacemos significa que hemos superado, que ya pasó, y en algún futuro, es como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiera pasado, debe ser por eso que Sábato le llama “trampa” al Perdón. Una madre llora desconsoladamente abrazando la tumba de su hijo, muerto hace casi 20 años, visitaba la tumba siempre, pero ese día lloraba sin parar, cuando le pregunté porqué ese día lloraba y abrazaba la tumba, respondió: hoy mientras me bañaba noté que la cicatriz que me había quedado por la cesárea, cuando nació mi hijo, desapareció, por eso lloro, ni eso me queda, es como si mi hijo no hubiese existido, por eso abrazaba la tumba, es todo lo que me queda.
Perdonar es soltar, y soltar implica estar más liviano, estar más liviano nos deja tiempo, espacio y memoria libre, es difícil verse de frente con ese vacío, cambiar la valla, cambiar la pregunta de Podré perdonar, a, que sigue ahora?
Mi padre, murió hace 6 años, justo antes de morir le pedí perdón por todos la veces que le fallé, y más tarde me perdoné por todas las veces que le fallé, ahora cuando repaso sus palabras, abrazos, besos, cuando repaso su amor, como un museo diferente, no uno aburrido sino uno lleno de vida y música, me doy cuenta que me había perdonado antes de yo pedir perdón, antes de yo perdonarme. Mi padre y mi madre me han perdonado todo, y me han dado todo, quien soy yo para no perdonar. Namaste!
Escrito Sábado 28, para ntra columna en ESTILOS, Diario Libre, All we need is love