Todos queremos saber por qué estamos aquí. ¿Cuál es nuestra misión en la vida? Las personas que lo saben son fáciles de identificar: sus vidas están llenas de sentido. Su percepción del propósito existencial les da fuerzas para superar los malos momentos y para disfrutar de los buenos.
Si no entendemos nuestra existencia, si no tenemos objetivos, podemos perjudicar a quienes nos rodean y a nosotros mismos. Si no sabemos cómo identificar «lo realmente importante» cuando algo va mal, no podremos reaccionar de forma adecuada ante los acontecimientos o las personas presentes en nuestra vida.
Un hombre llamado Philip me contó una vez que podría haber seguido felizmente casado de haber tenido más claro cuál era su objetivo y a qué lugar pertenecía. Se había sentido frustrado durante años, y su infelicidad crónica le suponía tanto esfuerzo a su mujer que al final ella lo dejó.
Sin embargo, incluso tras el divorcio, Philip fue incapaz de hacer los cambios que necesitaba en su vida personal y profesional. «El problema del cambio —me dijo Philip— es que uno sólo no es suficiente. Una vez que empieza el proceso, no se puede parar.»
–Caroline Myss, “El Contrato Sagrado”