Amanda Cass
Me debato entre el orden y el caos. Entre el alba y la noche en un abismo de luces y de sombras. Y soy especialista en maquillar mis sombras, en ocultarme incluso de mi misma.
Lo cierto es que yo también escondo un cadáver en el armario que tendré que enterrar. Por eso, sin esperarlo y sin razón aparente, soy víctima de un vendaval que me arrastra donde hay bloqueo y es justo allí donde mí fragilidad me ofrece una tregua, pidiendo ayuda.
Es entonces cuando apareces tú, como un espejo que me refleja quien soy.
En ese encuentro cómplice de personalidades complementarias, cada uno llega con una forma de pensar, una historia personal, sentimientos, miedos, deseos, expectativas. Esos matices maravillosos y ocultos que coexisten en todos como fuerzas opuestas.
De esa comprensión es de la que me alimento, donde cada uno aporta su ternura, un abrazo a tiempo o un café a destiempo, el afecto o el consuelo, a veces cálido, otras como aire fresco. Unas veces de risas, de locura o de bromas, de reírse de uno mismo y de los demás; otras mirándonos callados, adivinándonos, simplificando de un borrón mis jeroglíficos.
Sintiendo ese calor que me alegra el alma al mirar el reloj cada día, a las seis de la mañana, y encontrar el móvil repleto de besos y flores.
Regresando por un instante a los sueños guiados por un puñado de estrellas compartidos al calor de una almohada, me hace pensar que, después de todo, aquí voy a estar sólo un rato, pero igual si me abrazas fuerte resulta que hasta vale la pena.
No espero otro cielo, ni otro infierno. Sólo vida. La vida como misterio por descubrir, pero…
La vida mejor en compañía.
Ana G.
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